¿Un lector adivino?

¿Fui claro? 


Si escribimos solos, sin alguien que nos ayude en la corrección —o nos guíe—, muchas veces, al final de la historia descubrimos que han quedado muhos cabos sueltos. O no lo descubrimos, simplemente creemos que todo está muy claro. 
Con cabos sueltos, me refiero a cosas que nosostros sabemos que suceden en el texto, pero no las hemos puesto ahí.
Y... el lector no es adivino.
Lo ideal, en estos casos donde los textos no pasaron por un taller, es dar lo escrito a alguien que no conozca la historia. Dárselo a leer y no contarle nada, absolutamente nada. Ese lector puede servir de parámetro, ayudarnos a darnos cuenta de cuáles son los elementos que faltan en la narración, y cuáles son los que sobran.


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